jueves, 23 de octubre de 2014

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE...Si no lo hacemos nosotros antes.


El tema de hoy es bastante delicado, hablaré de algo que requiere de  unos buenos cimientos y muchas ganas de querer construir una vida juntos.
Hasta qué la muerte nos separe...si no lo hacemos nosotros antes.
Cuando somos niñas, jugamos a mamás y papás, damos de comer a nuestros retoños, les cambiamos de pañal para luego mecerlos hasta que se quedan dormidos, una vez realizada la tarea nos disponemos a cocinar un menú imaginario para nuestro querido compañero de juegos deseoso de probar dicho menú, no por sabroso que pueda parecer, si no por acabar cuanto antes e irse a jugar a cosas más interesantes para él. Entre cucharada y cucharada e intentando mantener una conversación de adultos, de repente nos damos cuenta de que aquel juego empieza a aburrir un poco, dispuesta a romper con la rutina nos marchamos a ver una película de esas donde los príncipes galopan en su brillante caballo blanco y las princesas esperan junto a la ventana del alto castillo la llegada de su amado, todo es amor e incluso son felices y comen perdices. Luego viene cuando ese juego inocente se convierte en nuestro día a día, pero no en el cuento de princesas, en el de la vida real.
Ahí empieza todo, donde labramos esos cimientos y donde ya nada queda de aquella inocencia infantil desaparecida hace alguna década, cimientos que al igual que los de cualquier casa han de asentarse y cuyo proceso puede ser lento y difícil por momentos.
Hay veces que no corren buenos tiempos para el amor, la desidia se apodera enturbiando el objetivo común, la angustia de sentir que las facturas pesan más que los ingresos, la crisis laboral, la de los casi cuarenta o los cuarenta y tantos, los niños, las extra escolares, tu familia, la suya, en realidad hay tantos factores que pueden hacer que parezca que no vale la pena, que liarse la manta a la cabeza y separar nuestros destinos  resulta el camino más apetecible, olvidarnos de que la persona  que escogiste como acompañante de travesías y con el que has creado tu familia, es la persona que mirabas con brillo en los ojos, la del ronroneo en el estómago, la que sabe que las conversaciones al despertar no son de tu agrado, la que conoce lo mejor y también lo peor de ti, pero te acepta como eres porque te quiere y con amor todo sigue adelante, porque si estás donde quieres estar y compartes tu vida con alguien que merece la pena, no hay noches locas ni deslices que te puedan dar todo lo que has construido con tanto esfuerzo, porque es fácil rendirse a la tentación del pecado, a los piropos que alegran nuestros oídos y hacen más eco cuando pasas un mal momento, pero si tienes claro tu objetivo inicial de la vida en común, sabrás que no hay cabidad para uno más, que la lealtad no tiene precio o que el precio es demasiado alto, una pareja son dos y si haces un buen uso del sentido común y de la balanza de lo bueno y lo no tan bueno sabrás valorar  a tu compañer@ de juegos de papás y mamás.
Darse cuenta de que las relaciones largas pasan por varias etapas, desde el loco enamoramiento donde todo es perfecto hasta por momentos aferrarte a recordar que es lo que hizo que te enamoraras de esa persona, tomar conciencia de ello y adaptarse a cada situación en plan camaleón es lo complicado, ya no somos aquellos pequeños niños que jugando inocentemente creían que siempre sería así, pura armonía y romanticismo cuyo tiempo de caducidad es casi el mismo que lo que duran esas películas de princesas, nunca nos fijamos en la letra pequeña, donde decía el enamoramiento es temporal y que la fecha de caducidad no es indigesta para el ser humano porque si aguantas un poquito más puede ser que sientas que ha merecido la pena.
Pero no nos equivoquemos, no todo vale para llevar a cabo nuestro guión de familia idílica y perfecta, con los años aprendes que si el proyecto que se suponía que iba a ser común deja de serlo por el motivo que sea, la vida no será menos vida, ni se apagará el sol, las estrellas seguirán en el cielo, lejos, pero seguirán allí y tendremos que mirar hacia delante, porque estamos vivos aunque algunos decidan querer permanecer sumidos en sus desgracias y regocijarse en ellas cual cochinillo en su cuadra, tomaremos conciencia  y seguiremos adelante porque tenemos la oportunidad de ser felices, solos a lo Piter Pan o acompañados como en esos cuentos de  princesas donde triunfa el amor, pero sea como sea el amor más importante que podemos tener es el que nos tenemos a nosotros mismos ese nos dará fuerza para seguir adelante en los momentos más difíciles de nuestra humilde historia de la vida.
La felicidad habita en nuestro interior, solo tienes que querer encontrarla.

martes, 7 de octubre de 2014

GENTE DE BARRIO


Sentada en el coche, en una calle de Barcelona de la que ni tan siquiera conozco el nombre, de fondo escucho a parados y jubilados que charlan fumando un cigarrillo, sentados en los bancos de la acera, improvisando así su club social particular, al que se acerca una señora mayor increpando por la mala imagen que da que tiren las colillas al suelo, una pareja de ancianos bastón en mano, hablan de la vida y de sus hazañas pasadas, un electricista que sube a casa de Conchi (así la llama por el interfono) esa tienda asiática que hay por todos los barrios (puede que demasiadas) donde venden de todo, lo único que tiene de aquí es el letrero en catalán y porque están obligados.
Es un ir y venir de personas, cada una con su vida, con su forma de vida, la cual hacen en un barrio donde al parecer todos se conocen, donde la madre tira a su hija la sudadera por la ventana porque se ha levantado una pizca de aire, donde las paredes entre portal y portal están desconchadas debido al orín de los perros.
A lo lejos veo una guardería, a lo lejos y a lo alto ya que se encuentra en el ático del bloque que hace esquina, tiene una terraza con peces pintados sobre un fondo azul y si soy sincera, creo que nunca llevaría a mis hijos, me aterran las alturas y al respecto la imaginación me juega muy malas pasadas.
Acaba de bajar el electricista, se enciende un pequeño puro en la puerta, puede que la "chapuza" haya sido rápida o puede que yo lleve demasiado rato aquí parada, observando un pequeño barrio donde quizás se ven demasiados jóvenes paseando sin oficio ni beneficio, un barrio humilde en el que sus gentes vienen y van calentando a turnos los bancos del club social improvisado, ahora le toca el turno a la chica de la sudadera y a un jovencito jugando al móvil, mientras, intercambia palabras  con otro que está doblando turno de banco ya que está aquí desde que llegué, llama a Manolo a gritos para saludarlo, ya se ha bebido su lata de cerveza ( algo mañanera para mi gusto)  y apura su cigarrillo de esos de liar, es hombre de los que escupen en el suelo y además sin disimulo, ni aún sintiéndose observado por mi a disimulado a escupir en varias ocasiones (me resulta asqueroso y de hecho creo que lo es) pero para nada creo que le importe lo que yo pueda pensar.
Esa canción de Mecano versionada al flamenco que sale de la ventana donde asoma el hocico de un perro, acompañándome como espectador pero con ganas de ser participe de dicha escena, probablemente el dueño no se a percatado de que puede querer ir a dar un paseo.
Hoy miro desde fuera, soy espectadora de un barrio humilde como en el que yo me crié y siempre me preguntaba que había más allá de mi perímetro del que no podía salir, barrio donde los niños correteaban tranquilos jugando al escondite y al bote bote, aunque yo era más de jugar al bote,  las niñas hacíamos de cocinillas con algunos utensilios de plástico y arena, nada de tacitas de té y tetera de porcelana como en las pelis de Disney, los más grandes cuidaban de los más pequeños y las madres llamaban a sus hijos a gritos por el balcón cuando se acercaba la hora de recogerse, eran tiempos en los que hacíamos Cabañas bajo un árbol con cuatro maderas de armarios viejos que había dejado algún vecino, dentro de nuestra cabaña hablábamos de como sería nuestro mundo mejor, aquella cabaña que construíamos entre unos pocos se convertía en nuestro pequeño hogar infantil, donde nosotros creábamos nuestra propia forma de vida, para algunos mejor que la que nos esperaba al llegar a casa, no necesitábamos alarma porque teníamos una palabra clave para entrar ¡¡Ábrete Sésamo!!
Aquellas peonzas de madera que personalizábamos con nuestro nombré y los colores del equipo de fútbol con el que ibas, peonzas auténticas, no como las de ahora  de metacrilato y multicolor 
con luces y con precios que para nada nos podíamos permitir entonces.
Tengo la sensación de que miro atrás y a pesar de las dificultades la vida infantil era más simple pero más bella, desarrollábamos la imaginación abriendo nuestras posibilidades creativas, algunos más y otros menos pero no competíamos por tener el mejor juguete o el último modelo, jugábamos y nos divertíamos juntos como una pequeña familia de barrio, donde no veíamos la hora de volver a casa, era inviable vernos en casa jugando a la consola que algunos ni teníamos, pero el que se divertía estaba en la calle, tampoco necesitábamos quedar porque todos sabíamos donde encontrarnos, ni grupos de whats app para ponernos al día porque sabíamos correr cualquier noticia, sabíamos comunicarnos, era más lento si, pero cualquier información llegaba a su destino.
Nuestra tele era en blanco y negro y carecía de mando puesto que apenas tenía un par o tres de canales, no necesitábamos muchos más, mientras merendábamos veíamos barrio sésamo y el sábado la bola de cristal, también estaba Tocata, ese programa donde cantaban nuestros artistas preferidos, creo que estos ya los veíamos en color con nuestra tele comprada a plazos, incluía mando, creo, hace ya mucho de eso.
Mi mente me da más para poder recordar lo tranquila y segura que me sentía jugando en la calle, en mi barrio, a pesar del hombre de la puerta del bar de al lado de casa  con pinta de haber hincado el codo más de lo normal o de algún vecino que trapicheaba  para ganarse la vida de mala manera, amantes de lo ajeno pero cuando nada tienes nada pueden quitarte, a pesar de todo, como en este barrio en el cual me encuentro, todos nos conocíamos  y todos convivíamos.